Comprometido con la justicia socioambiental
A sus quince años vivió La Guerra del Agua en su ciudad natal Cochabamba, Bolivia. Ese fue el comienzo de su compromiso y dedicación por la justicia socioambiental.
La batalla tenía una clara explicación: el agua tiene un precio. En verano de 1990-2000, el gobierno boliviano decidió privatizar el agua en Cochabamba. La intención era lograr un manejo más eficiente, pero los precios se dispararon y crearon malestar. La gente salió a protestar y comenzó la violencia. Muchos veían como injusta la nueva ley, pero también había poco conocimiento sobre sus causas y necesidades. “La complejidad de ese acontecimiento inspiró mi compromiso por comprender y confrontar uno de los temas más difíciles de nuestro tiempo, la justicia socioambiental”, dice Joaquin. La falta de agua en ciudades andinas es consecuencia del modelo de desarrollo socioeconómico que domina nuestro mundo. En gran medida, los grupos sociales que menos impacto ecológico causan, son quienes generalmente deben lidiar con las consecuencias más difíciles.
“Entendí que temas complejos como el cambio climático, la seguridad alimentaria o el manejo de residuos, van más allá de una región o país, por lo que para comprender su problemática y dar soluciones reales, es necesario cultivar una perspectiva integral de nuestro sistema global”, explica.
Desde entonces Joaquin ha visitado cincuenta países ya sea por estudios o trabajo, viviendo en doce de ellos por periodos relativamente largos. Su objetivo ha sido conocer la realidad e iniciativas socioambientales en cada lugar que ha visitado. Es con base en esa experiencia que su intención es escribir un libro sintetizando sus vivencias y reflexiones.
Quiso ser sacerdote
Luego de su servicio premilitar, decidió salir al mundo. Pero, ¿a dónde iría? Su recorrido comenzaría en Canadá, cerca de la frontera con Alaska, donde fue aceptado en un claustro de sacerdotes retirados. La vida de monje le fue fascinante. Le encantó la disciplina, el silencio, y el tiempo infinito para leer. “Ese estilo de vida me definió e inspiró como persona”, cuenta.
Medio año más tarde fue aceptado en la escuela especializada de ‘Outward Bound’ en Estados Unidos para un curso élite de sobrevivencia. “La idea era aprender técnicas de reacción constructiva cuando uno presiona al cuerpo y la mente a un punto máximo”, explica. Fueron 92 días extremos, donde cada participante debía pasar por pruebas de varios días sin comida y en total aislamiento conviviendo íntimamente con la naturaleza.
Para llegar al curso, Joaquin tuvo que viajar como mochilero a lo largo de todas las provincias de Canadá y gran parte de Estados Unidos. El viaje entero fue de un año, para luego pasar por México y finalmente llegar a Centro América. En Honduras encontró lo que buscaba, un sitio mágico que combinada disciplina de trabajo y estudios, la Universidad de Zamorano.
Ingeniero en desarrollo y ambiente
Zamorano se especializa en agronomía y manejo ambiental. La idea es educar a líderes latinoamericanos para el desarrollo local. La formación es reconocida por su metodología de aprender haciendo, por lo que uno estudia y trabaja al mismo tiempo. Todo estudiante se ocupa de cuidar animales, bosques y cultivos, y debe cumplir con horarios de jornalero en plantas de producción agroindustrial. Es un lugar lleno de historias, ubicado en medio de un valle muy bello, la arquitectura es maravillosa y la disciplina muy rígida.
“Todos los días te despiertan a las cinco de la mañana, trabajas o estudias desde las seis y media, siempre usas uniforme, y sales pocas veces al año. También hay dos horas de silencio todos los días al atardecer, luego de que tocan la campana, para que todos puedan estudiar”, cuenta. Luego de su experiencia como soldado en Bolivia, en el claustro canadiense y en el curso de Outward Bound en EE. UU., este lugar parecería ser perfecto para alguien como él.
Apoyando a mujeres emprendedoras en El Salvador, mapeo de conflictos ambientales en Mesoamérica y manejo de residuos en las islas Galápagos
Luego de vivir cuatro años en Honduras, se fue a trabajar por más de medio año en la agencia de las Naciones Unidas para asuntos de la mujer en El Salvador. La misión consistía en recorrer aldeas indígenas e identificar a mujeres emprendedoras productoras de tejidos y joyas para ayudarlas a ser más visibles en el mercado local. El trabajo era arriesgado puesto que la zona donde estuvo es considerada como una de las más peligrosas del mundo.
Al año siguiente estuvo mapeando conflictos ambientales en las zonas fronterizas de Mesoamérica en un proyecto de IDRC-Zamorano. A lo largo de varios meses y junto a su equipo de trabajo, viajó por ocho países llegando hasta Panamá. Fue una oportunidad única para aprender y conocer la realidad en sitios inhóspitos e increíbles.
De ahí, Joaquin siguió su recorrido hacia el sur, pasando por Colombia y llegando a Ecuador, a las islas Galápagos, donde realizó un estudio de manejo de residuos para una agencia local, Fundar-Galápagos. La intención era apoyar a la alcaldía para crear un proyecto de reciclaje en una de las islas. “El lugar donde debía vivir cerró sin previo aviso, de manera que me acomodaron gratis en el hotel contiguo de cinco estrellas... allí viví tranquilo”, Joaquin se ríe.
De Latinoamérica a Europa y llegando a Siberia, Rusia
Una vez terminada su primera maestría en la Universidad de las Naciones Unidas para la Paz en Costa Rica, decidió viajar a Europa. Su especialidad fue seguridad y cambio climático, donde terminó haciendo un estudio sobre estrategias de adaptación de pueblos indígenas. En Noruega estuvo en varios centros de investigación enfocados en sustentabilidad (CICERO, SUM y TIK) y como consultor en una ONG especializada en transparencia financiera de empresas extractivas (PWYP-Norway).
Diez años más tarde sacó una segunda maestría en ciencia y tecnología en la Universidad de Oslo, donde se especializó en innovación responsable. Como parte del programa de cooperación entre Noruega y Rusia, fue enviado por un semestre a Tomsk en Siberia. “Estuve viviendo en una ciudad catalogada como secreta durante la época de la Unión Soviética, por lo que fue una experiencia bella, interesantísima y muy inesperada”, explica.
Tenacidad para lograr el doctorado
Tuvo que mandar 32 proyectos de aplicación para finalmente ser aceptado a un programa de doctorado en Noruega. “El proceso de ingreso no fue fácil, puesto que tuve que pasar por varias barreras profesionales, sociales y burocráticas, además tuve que aprender noruego a un nivel académico. Ahora eso me ayuda porque todo el trabajo que hago es en este idioma”, cuenta con sonrisa satisfecha. [En Noruega se habla Nynorsk y Bokmål, dos idiomas de origen germánico antiguo, únicas en Escadinavia].
Su tema de doctorado entreteje su experiencia entre Latinoamérica y Europa. Trata sobre innovación responsable en el uso de biotecnología en la industria del salmón. Sus resultados son ahora utilizados para estudiar sistemas de innovación global aplicados a economía circular.
Como parte de su proyecto de doctorado, trabajó como investigador invitado en la Pontificia Universidad Católica de Chile y luego en la Universidad de Lund en Suecia. Fue como parte de esos viajes que tuvo la oportunidad de vivir en Tierra de Fuego al extremo sur del continente americano. “Alquilamos una cabañita con vista hacia el Estrecho de Magallanes, y allí escribí el último capítulo de mi doctorado, fue el final de un largo recorrido y un momento muy especial”, cuenta Joaquin. De esta manera lograba el objetivo que se había propuesto veinte años atrás, recorrer por tierra desde Alaska hasta Tierra del Fuego, aportando un poco a un tema tan fundamental como la justicia socioambiental.